lunes, 4 de octubre de 2010

Último parte de guerra

“En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército sindical, las tropas de la patronal y de las entidades financieras han alcanzado sus últimos objetivos. El Estado del Bienestar ha sido aniquilado”.

Este bien podría ser el último parte de guerra tras la huelga general del 29 de septiembre; el problema es que, junto a los firmantes, las triunfantes fuerzas neoliberales y conservadoras, habría que buscarle un huequito a la socialdemocracia española, conversos que han hecho en los últimos tiempos el trabajo sucio de exterminio o, al menos, significativo adelgazamiento de lo público.

Es verdad que la huelga no fue un rotundo éxito. Pero tampoco fue un completo fracaso. Una parte importante de la población respondió a la llamada de los sindicatos y esto se notó en sectores estratégicos, como el transporte y los puertos, así como en grandes empresas como las del sector del automóvil. Pero también es verdad que el paro no alcanzó el seguimiento de los convocados contra decisiones políticas y sociales de los gobiernos de Felipe González y de José María Aznar.

En mi opinión, se trataba de la huelga más justificada de toda la etapa democrática. Nunca antes habíamos asistido a la toma de decisiones globales, en Europa y en España, que van directamente contra los intereses de la gente, como es el caso de las pensiones, ni contra medidas que disminuyen el papel de lo público, impidiendo el desarrollo económico y la generación de empleo y desprotegiendo a quienes peor lo pasan.

Pero la huelga general se llevó a cabo en condiciones muy difíciles. Con muchos trabajadores del sector privado temerosos ante posibles represalias, cuando el horno del empleo no está para bollos de decisiones arriesgadas. Con funcionarios quemados tras la anterior huelga contra la bajada de sus salarios y que no estaban dispuestos a otro descuento en su nómina; y, dentro de estos, con docentes que aún arrastran las heridas de la fracasada batalla por la homologación.

Con personas que compartían el espíritu de la convocatoria, pero estaban resignadas y convencidas de que no hay nada que hacer, de que esto no hay quien lo cambie. Y hasta con otras que no querían castigar a Zapatero y facilitar aún más la cada día más inminente llegada de la derecha a La Moncloa…

Pero también, no quiero olvidarlo, un porcentaje significativo no se movilizó como muestra de rechazo a unos sindicatos que consideran alejados de la realidad, burocratizados y que llegan tarde, que tuvieron que plantarse mucho antes; que defienden a los que tienen empleo –y, especialmente, a los trabajadores públicos- pero se han olvidado por completo de los parados. Y esto debe hacer reflexionar a los sindicatos, que están en el punto de mira de los tanques ideológicos de la derecha, pero también son cuestionados por lo que debiera ser su propia base social.

Abierta la veda, hasta Sebastián Grisaleña, presidente de la Confederación Canaria de Empresarios, ha abogado por la desaparición de las organizaciones sindicales, en lo que espero que sea una calentura verbal y no un peligroso tic antidemocrático. Podría reflexionar, aprovechando el viaje, por cómo la CEOE, de la que forma parte su organización, mantiene al frente a un señor, como Gerardo Díaz Ferrán, experto en hundir empresas –Air Comet, Marsans o seguros Mercurio…- y en no pagar a sus trabajadores.

Son sin duda malos tiempos para la lírica, para los sindicatos y para los sectores progresistas, en los que, seguramente, no vale repetir viejas fórmulas y gastadas respuestas. Y eso implica más reflexión y acción consecuente o nos arriesgamos a que se consolide el más profundo retroceso social del último siglo. Leyendo algunas de las convocatorias y algunos de los manifiestos de los ‘abajofirmantes’ de este 29-S mucho me temo que queda mucho para iniciar el camino. Pero todo se andará.

Enrique Bethencourt

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