Por fin puedo dormir tranquilo: Julio Iglesias reconoce que no cantaba nada bien en sus primeras décadas delante de los micrófonos de un concierto o de las salas de grabaciones.
“Creo que canté muy mal en los primeros 20 o 25 años de mi carrera”, dice, en un sorprendente ejercicio de singular modestia. Circunstancia que, curiosamente, no constituyó el menor obstáculo para que vendiera más de 300 millones de discos y para que disponga desde hace tiempo de una más que relevante fortuna, con un patrimonio estimado en 3.600 millones de euros.
Reconozco que siempre he pensado que los gorgoritos de Julito dejaban bastante que desear, y que era un producto comercial que estaba a años luz de Frank Sinatra, por mucho que sus discos se vendieran como roscas; aunque conozco a auténticos fans del autor de la eurovisiva ‘Gwendolyne’ que me han echado en cara mi falta de acierto en mis juicios (prejuicios dicen ellos y ellas) sobre tan internacional personaje.
Detrás de su declaración se esconde, eso parece, un propósito de la enmienda y, sobre todo, una absoluta seguridad de que en estos momentos, superada una larga etapa de aprendizaje, lo hace de maravilla. De que ahora sí, canta como los ángeles, que al fin y al cabo es una buena forma de proporcionar un disco recopilatorio (o rectificatorio, no estoy muy seguro) de su más que dilatada carrera.
Ese balance autocrítico, ese arrepentimiento por las cosas mal hechas, aunque tardío, tal vez llegue a ponerse de moda en ámbitos que vayan más allá de la farándula.
Y hacer que George Bush reconozca públicamente que sus dos legislaturas al mando de la superpotencia del Planeta fueron un fiasco, que él no entendía de armas de destrucción masiva y que se equivocó invadiendo Irak y armando el desastre que armó. Y secundarles Blair y Aznar, pidiendo sincero perdón por su mayor o menor papel en dislates con tantas consecuencias sangrientas, lo que no les salvaría, pero menos da una piedra.
Y hasta el santo papa que vive en Roma podía apuntarse humildemente a la reflexión y al arrepentimiento por el sufrimiento que sacerdotes de aquí y acullá han causado a tantos niños violados en la sacristía o en el confesionario, sin que obispos, arzobispos ni papas, reaccionaran con la contundencia necesaria ante semejantes barbaridades.
O, en fin, que los dirigentes europeos, incluido el hasta hace bien poco socialdemócrata Zapatero, transmutado en converso de la derecha, reconocieran su desafinamiento en las políticas que vienen aplicando contra la crisis económica, que cargan sus tintas contra trabajadores y pensionistas, que pretenden exprimirnos hoy y avisarnos de que no hay mañana, mientras banqueros y grandes fortunas continúan haciendo su agosto.
Tal vez Julio tenga razón: la vida sigue igual. Hey!
Enrique Bethencourt
Nos mudamos de sitio
Hace 10 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario