Hace dos años aplaudí con firmeza, en un artículo publicado en Canarias7, su comportamiento al tratar de defender a una mujer maltratada, lo que le costó importantes lesiones de las que tardó en recuperarse.
Me pareció un ejemplo de conducta cívica en uno de los asuntos, el de la violencia contra las mujeres, que más debe avergonzar a esta sociedad moderna y avanzada. Y ante el que no vale, en modo alguno, mirar hacia otro lado.
Hoy, con la misma firmeza, tengo que censurar las posteriores actitudes del profesor Neira, convertido en una estrella mediática de excesiva soberbia, demasiadas sombras y muy escasas luces.
Lo es por el reciente incidente en que, triplicando las tasas de alcohol toleradas, hacía zigzag en su vehículo por la madrileña M-40, poniendo en peligro su vida y la de los demás, porque su borrachera –de no mediar la retención por la guardia civil- pudo terminar en un accidente de consecuencias mortales.
Grave actitud, en cualquier ciudadano, la de conjugar exceso de copas (o mezcla de medicamentos y copas, como arguye en su defensa) y conducción, mucho más en un personaje público de su relevancia. Peor aún cuando trata de encubrirlo y justificarlo de forma muy poco creíble.
Era mucho mejor reconocer el error, pedir públicas disculpas y comprometerse a no volver a repetirlo. Pero eso, viendo como se comporta habitualmente el personaje, es un imposible metafísico. Incluso tras la sentencia (suave para lo que pudo haber causado con su alocada conducción) no ha habido nada de arrepentimiento por su parte y sí nuevas dosis de altanería y chulería. Pareciera que todos los demás tuviéramos que pedirle perdón a quien se califica como una persona de “ética intachable”. Menos lobos, caperucita.
No es, desgraciadamente, su único disparate en el último período, desde que saltara a la fama y ésta, al parecer, se le subiera a la cabeza sin que supiera administrarla adecuadamente. En el camino quedan sus duras declaraciones contra la Justicia en el caso de su agresión, que chocaron frontalmente con las de su abogado, que reconocía que se trataba de decisiones absolutamente correctas y ajustadas a derecho.
También su anuncio de que quería conseguir una licencia de armas, tras ser puesto en libertad su agresor; de seguir su ejemplo, volveríamos al antiguo oeste: todos con pistola y que gane el más rápido.
Pero peores, mucho peores, son sus incursiones en los medios de comunicación de la derecha más cavernícola, donde el profesor universitario ha cambiado su prosa académica por la proliferación de los más variados insultos a quienes se sitúan lejos de sus posiciones políticas. Demostrando, eso sí, ser un verdadero catedrático en esos menesteres.
Lejos de esforzarse en la crítica reflexiva y argumentada, Neira ha tomado el peligroso atajo del tertuliano barriobajero, faltón y malhablado. Descalificando continuamente y, al tiempo, descalificándose a sí mismo, al quedar reducido a un papel de simple mamporrero.
Su posicionamiento en torno a la democracia es aún más peligroso. El profesor, que se ha convertido en un auténtico ídolo de barro, ha mostrado su absoluto rechazo al sistema democrático y se ha colocado en las tesis de la extrema derecha más furibunda. Tal vez por eso su artículos son publicados, entusiastamente sin duda, por la revista de la Hermandad del Valle de los Caídos. ‘Neiradas’, sin duda.
Enrique Bethencourt
Nos mudamos de sitio
Hace 10 años
Siempre queda el consuelo de que la paliza recibida le afectase las neuronas y que el Neira de hoy es una sombra delirante del Neira de ayer
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