miércoles, 21 de julio de 2010

Pancho Guerra

Soy un poco despistado, aunque creo que en general bastante responsable. Por eso, no es muy normal, y por suerte nada frecuente, lo que me sucedió poco tiempo después de terminar en la Universidad de La Laguna la carrera que nunca ejercí, Filosofía y Ciencias de la Educación, a mediados de los años ochenta.

Fui en aquella jornada de noviembre del 86 responsable directo y único de un incidente doméstico, afortunadamente menor, sin desgracias personales y, eso sí, con algunas pérdidas materiales.

Me encontraba en casa de mis padres, quienes dejaron a mi cargo la vigilancia de la comida, creo recordar que un potaje de lentejas, uno de mis platos favoritos. Mientras se guisaban las lentejas, seguro que procedentes de Lanzarote, me puse a leer un libro que me embebió completamente.

La capacidad del autor para captar la idiosincrasia del isleño, su humor, su acercamiento a una ciudad y una isla que en pocas décadas habían experimentado una profunda transformación, su respeto a canarismos todavía presentes en nuestra habitual forma de expresarnos y otros ya perdidos para siempre…

Todos esos factores conjugados con mi alejamiento de la cocina y mi escaso olfato dieron al traste con el potaje, que pereció casi carbonizado, con el consiguiente disgusto personal y familiar, superado con la comprensión y amabilidad de mis padres. Nos vimos obligados a improvisar, sobre la marcha, otro almuerzo alternativo.

El libro en cuyas páginas margullaba ajeno al mundanal ruido era ‘Los cuentos famosos de Pepe Monagas’, en edición de la Mancomunidad de Cabildos de Las Palmas (1976), con dibujos de Felo Monzón, Eduardo Creagh y Eduardo Millares Sall (Cho-Juaá), caricaturista y fino humorista gráfico este último, aunque nuestra consejera de Turismo lo confundiría, sin duda, con un fabricante de cloruro sódico.

Los arranques de Monagas en las situaciones más dispares y comprometidas me hicieron disfrutar entonces y lo hacen hoy cuando releo alguno de los cuentos escritos por el prematuramente fallecido Francisco Guerra Navarro (1909-1961), autor también de una de las canciones canarias más populares y más cantadas, ‘Somos Costeros’.

Ahora, treinta años después de aquel suceso, el Cabildo Insular de Gran Canaria, con el impulso de la Fundación Pancho Guerra -que preside Miguel Guerra, cuyo entusiasmo y perseverancia tienen mucho que ver con el rescate de la obra de su tío- acaba de editar ‘Las memorias de Pepe Monagas’; a las que seguirá su ‘Léxico canario’ y la recuperación de otra parte significativa del trabajo del escritor nacido en Tunte, entre otros artículos periodísticos –sus crónicas de tribunales, firmadas con el seudónimo Doramas en el periódico madrileño ‘Informaciones’, seguro que de una gran frescura y originalidad- y guiones cinematográficos y radiofónicos.

Aplaudo de forma apasionada esta iniciativa editorial que nos permitirá conocer más a Pancho Guerra y a la sociedad canaria de su tiempo, lo que también contribuye a interpretar los cambios producidos y a entender mejor cómo somos hoy, en estos comienzos de siglo y milenio.

Considero de justicia –como ya han reclamado distintas personalidades e instituciones- que, aprovechando el cincuentenario de su muerte, el Día de las Letras Canarias del año 2011 sea dedicado a un autor esencial para entender Canarias y su gente, y que hasta ahora no ha contado con el reconocimiento que merece.

Y, sobre todo, invito a la lectura de una obra de gran calidad literaria.

Eso sí, para evitar males mayores, por favor, no lo hagan mientras cocinan.


Enrique Bethencourt

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viernes, 2 de julio de 2010

Días de fútbol

El fútbol arrasa por completo estos días en las audiencias televisivas y ocupa buena parte de los periódicos y de los programas radiofónicos, así como de los espacios en la red. El Mundial de Sudáfrica se impone mediáticamente, pese a que las muestras de buen juego hayan surgido más bien a cuentagotas: algo de una sorprendente Alemania mestiza para disgusto de los que defienden la raza aria, algunos minutos de España que continúa teniendo a los jugadores que mejor tocan el balón…

Todo ello en medio de unas superiores dosis de mediocridad y planteamientos rácanos, los de los que hacen todos los esfuerzos para no perder y consideran que la estética forma parte de los pecados capitales.

El fútbol, el Mundial, es el tema de comentario en tertulias y bares, como si por unas jornadas quisiéramos escaparnos de la crisis y sus dolorosas consecuencias para nuestras vidas. Circunstancias, como el galopante paro y la creciente pobreza, que no solventarán los pases de Xavi, la habilidad de Iniesta ni los goles de Villa, pero menos da una piedra. No pienso arrepentirme ni flagelarme por disfrutar de este deporte y su belleza.

Escuchando con atención las retransmisiones por los más diversos canales podemos observar la gran cantidad de entrenadores potenciales que se encuentran tras cada micrófono, expertos en tácticas y estrategias variopintas. Todos llevamos un entrenador dentro.

Y, también, las mismas desnudan el comportamiento forofo de buena parte de los periodistas, que pasaron por alto el posible fuera de juego en el gol de Villa ante Portugal (la acción no mereció si quiera ser repetida adecuadamente) o la injusta expulsión del jugador chileno en la jugada del segundo gol de España al país andino. Si llega a ser al revés son capaces de pedir la ruptura de relaciones diplomáticas con el país del que procede el árbitro responsable del desaguisado.

En el partido contra las huestes del desaparecido Cristiano Ronaldo (el escupitajo al cámara es lo que pasará a la historia de su miserable actuación, que confirma su egocentrismo, inmadurez profunda e incapacidad para ser parte de un colectivo) aluciné con los presentadores de Telecinco, empeñados en exigir la presencia en el terreno de juego de un Jesús Navas que lo hizo rematadamente mal en el encuentro contra Honduras. Y a quien una parte de la prensa española ensalzó injustamente: no dio un buen centro en todo el partido.

La selección que nos enamoró hace dos años sólo ha aparecido en contados momentos. Y algunos prefieren predicar el regreso a la épica y dejar el buen juego para otras ocasiones, como si fuera incompatible jugar bien y ganar. Más bien sucede lo contrario, como han demostrado el Brasil de Pelé o el Barcelona dirigido por Guardiola.

Si la apuesta es por la furia, por la raza, qué horror, me borro del mapa y me dedicaré a animar a alguna selección que apueste por el buen fútbol y nos haga disfrutar.

Debe ser un problema de escaso patriotismo.


Enrique Bethencourt

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