martes, 23 de agosto de 2011

‘Mouriñadas’, mucho más que una anécdota

Después de cuarenta años siguiendo el fútbol me resulta difícil sorprenderme por algo.
En el lado bueno, evoco muchas cosas: el Brasil de Pelé, el Ajax y la Holanda de Johan Cruyff, el FC Barcelona y la España de los últimos años…

O, junto a los citados, jugadores como Maradona, Beckenbauer, Zico, Platini, Zidane, Laudrup o Van Basten. Recuerdo, también, burradas de los más variados estilos. Como la criminal entrada de Goikoetxea al ‘Pelusa’ que dejó al astro argentino varios meses fuera de las canchas.

También las chuladas verbales de Javier Clemente, algunas con vergonzantes toques racistas o xenófobos. O, en fin, la singular acción de impotencia y rabia del duro defensa Iselín Santos Ovejero, entonces en el Real Zaragoza, que se lanzó contra la red y descoyuntó la portería por completo, teniendo que interrumpirse el encuentro para colocar los palos en su sitio, caliente porque le había regateado con descaro y marcado gol a su equipo un tal Edson Arantes do Nascimento.

Como me señalaba recientemente el periodista Jorge Bethencourt en Twitter, “el fútbol es un reflejo de la sociedad. Como la política. El juego sucio, la exasperación y la violencia son el signo de hoy”. Cierto, pero antaño tampoco andaban flojos, como muestran el superleñero Granada de los 70 o futbolistas como Benito, prodigioso rompepiernas muy pocas veces expulsado, por cierto.

Pero en eso del juego sucio lidera hoy claramente el ranking el prepotente técnico luso del Real Madrid. Mourinho, buen entrenador, insoportable persona de permanente gesto crispado, sobreactúa hasta convertirse en una penosa caricatura de sí mismo.

Ajeno a cualquier autocrítica, sus derrotas son responsabilidad de otro: del árbitro, de los recogepelotas, del viento… Hasta cuando su equipo juega a gran nivel, como recientemente en la supercopa, opaca ese buen fútbol bajo la cortina de declaraciones y actuaciones muy desafortunadas.

Resulta increíble que un gran club como el Madrid se ausente cuando van a entregar el trofeo al campeón de un torneo, cosa, por cierto, que no hizo el Barca en la Copa del Rey. Pero resulta aún peor que su entrenador se comporte como un vulgar gamberro, como un hooligan, como un matón de barrio, metiéndole el dedo en el ojo a Vilanova, negando la acción ante las cámaras en la rueda de prensa posterior al partido y, finalmente, señalando no conocer al agredido.

Me preocupa la impronta que este señor, aunque no sé si merece que le llamen así, está dando al Real Madrid y al fútbol español, con el silencio o la abierta complicidad del club y de algunos medios de comunicación deportivos de Madrid, aunque con las notables excepciones de Valdano, Morientes o López Iturriaga.

Porque las actitudes y los mensajes de este caudillito no son simples anécdotas, sino posturas verdaderamente peligrosas que pueden traer lamentables consecuencias de no cortarse a tiempo. Y, por lo visto, nadie está dispuesto a hacerlo, más bien todo lo contrario.

Mourinho lo envenena todo a su paso. Ha logrado que Pepe y Marcelo, así como Ramos, saquen lo peor de sí mismos, jugando como poseídos y ultraexaltados unos cuantos centímetros más allá de los límites del reglamento y generando todas las condiciones para que terminen causando una grave lesión a un rival.

Ha conseguido, igualmente, que el otrora mesurado Casillas se desquicie por completo y llegue a justificar la brutal coz de Marcelo a Cesc.

Está impulsando el juego sucio, la violencia gratuita, la bronca continua, la falta de respeto al contrincante, la ausencia absoluta de deportividad y, de paso, resquebrajando gravemente la convivencia en la brillante selección campeona de Europa y del mundo. Todo un éxito que este malcriado machito portugués destruya a la mejor selección española de la historia con la complicidad de los que, seguramente confundidos de competición, gritan ¡España, España! en el Bernabeu.

Además, ese estilo deslenguado, chulesco y navajero es aplaudido, lamentablemente por la mayoría de aficionados del Madrid, y hasta por la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, encantados, al parecer, con los modos y maneras de su técnico, apoyados en la teoría del todo vale, en la eliminación de cualquier referencia ética.

Circunstancia que me asusta aún más. ¿Qué mecanismos hacen que la gente anule su conciencia crítica, su capacidad de discernimiento entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo justo y lo injusto? ¿Qué estructuras facilitan el caudillismo y su imprescindible contrapartida, el apoyo entusiasta e irreflexivo de sus seguidores? ¿Qué circunstancias facilitan el ascenso social de personajes de semejante catadura y el rendido aplauso del resto?

No es un asunto baladí. Con semejantes planteamientos trasladados a la política, se facilitarían, sin lugar a dudas, la aparición, el ascenso y el mantenimiento de líderes autoritarios y populistas, de esa extrema derecha que va enseñando la patita y algo más en distintos países europeos.

Desgraciadamente, el estilo Mou tiene presente y futuro mucho más allá del fútbol.

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