miércoles, 15 de junio de 2011

¿Indignados o complacientes?

Considero imprescindible la rebeldía frente al actual estado de cosas. No es razonable permanecer impasibles frente a los 300.000 parados que tenemos en las Islas. Ni considerar normal el 50% de desempleo juvenil, invitación a la desesperanza y a la emigración, como antaño.

No es de recibo este sistema electoral canario profundamente antidemocrático, ni estos apaños que hacen ganadores a los perdedores y perdedores a los que obtuvieron mayor apoyo ciudadano. Ni natural la progresiva descapitalización de los servicios públicos, claves para alcanzar mayores niveles de equidad, por parte de quienes tienen el recurso a la educación y a la sanidad privadas.

Aunque fuera sólo por eso habría que saludar el movimiento social iniciado el 15-M que dio lugar después a los campamentos de los indignados, una heterogénea movilización de rechazo a los muchos males de esta democracia imperfecta y de este capitalismo con rostro cada vez más inhumano.

Tiene el valor que tiene, como tuvo su limitado valor las movilizaciones sindicales contra la reforma laboral y el conjunto de medidas antisociales adoptadas por el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Realizadas en el peor momento, sin perspectiva alguna de alcanzar los objetivos de frenarlas, con gente desmoralizada o enfadada con la actitud ante la crisis de los sindicatos, así como otras muchas personas temerosas de perder su puesto de trabajo si apoyaban la huelga.

En este caso, el del 15-M, nos encontramos ante las incógnitas que abre un movimiento de nuevo tipo, que no sabemos cómo seguirá avanzando o si se consolidará o no como una fuerza social con peso, con amplios apoyos ciudadanos.

Pero los indignados no me hacen olvidar que gran parte de la ciudadanía no parece estarlo tanto, por mucho que los estudios sociológicos digan que son mayoría los que comprenden e incluso comparten las razones de los acampados.

En Canarias, sin ir más lejos, lo confirman, en mi opinión, los datos de las recientes elecciones autonómicas y locales.

Los partidos que han apoyado la reforma laboral, la congelación de las pensiones y las otras medidas de recorte social en el Congreso de los Diputados y el Senado (PSOE y CC), junto al que ha estado de acuerdo con todas ellas (las votara favorablemente o no) y, si pudiera, introduciría decisiones aún más antisociales, el PP, suman en conjunto el 77,71% de los votos, unas 700.000 personas, y suponen, en escaños, el 95% del Parlamento de Canarias.

Los que se oponen a las mismas, significan poco más de 135.000 votos, los 82.318 de NC (la única con presencia en el Parlamento, con tres escaños), los 19.372 de ACSSP, los 18.777 de Los Verdes y el más disgregado de pequeñas y variadas formaciones. Aún sumando blancos y nulos -que pueden obedecer a razones muy diversas, que nadie se los apunte a su particular bolsa- y que en esta ocasión llegaron a las 50.000 papeletas, son menos, muchos menos, que los aparentemente conformes con las políticas que se vienen aplicando.

Pero es más, las formaciones que integraron el Gobierno de Canarias en casi toda la legislatura, PP y CC, responsables del empleo (o del galopante paro, como prefieran), la educación, la sanidad, la dependencia o las energías (no) renovables en nuestras Islas, aúnan 514.564 papeletas, el 56,93%.

Y suponen, con sus 42 diputados, el 70% de la cámara autonómica. Lo que parece indicar, guste más o menos, un refrendo a las políticas que se han venido aplicando estos años.

No pretendo ser pesimista ni derrotista, sino pisar tierra, saber dónde y cómo estamos, que es la mejor manera de afrontar una realidad harto compleja, una situación muy difícil para todos los hombres y mujeres que pensamos en claves de mayor equidad social, de más democracia y menos poder omnímodo de los mercados, y que hoy somos minoría.

Lo otro, el no reconocer el profundo conservadurismo que anida en esta sociedad, el amplio consenso social que rodea a los que han puesto en marcha y/o han apoyado de forma entusiasta esta demolición controlada del Estado del Bienestar, así como la enorme debilidad de quienes se oponen al actual programa neoliberal, no conduce a ninguna parte. Salvo a la melancolía.

4 comentarios:

  1. ¿Te acuerdas de aquella canción de El último de la fila que decía en su estribillo "...es lo que hay ..."? Pues eso ..., esto es lo único que se me ocurre después de leer tu artículo que suscribo totalmente. Lo que a las 2:40 la mente no da para más.

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  2. Enrique Bethencourt, como siempre dando en la diana con su acertadísima y crítica visión de la política en Canarias.
    Se me ocurre un ingenuo interrogante sobre el tema tratado ¿cabe la posibilidad de una apertura de mentes después de lo acontecido en las movilizaciones del último mes? Al menos este movimiento ha significado -para quien ha querido escuchar- un torrente de información (no manipulada) que hasta ahora no habíamos tenido.

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  4. ¿indignado?
    A Dios doy gracias de que no haya sido así, pero estos días me ha dado por pensar qué haría yo, si en vez de haber nacido en una familia de bien (ojo al “de” que es muy importante para nosotros), fuera hijo de una de esas familias que conforman la mayoría de la masa patria. De esas familias que se ven en la necesidad de trabajar para poder vivir, de las que apenas llegan a fin de mes, de las que van en metro, llevan a sus hijos a colegios públicos, es decir, qué haría yo si tuviera motivos para estar indignado. Y pensando, pensando (que eso de no tener que luchar para sobrevivir da mucho tiempo libre), se me ha ocurrido que si quisieran podrían hacer mucho más daño del que se atreven a imaginar.

    Está claro que si crean un partido político al uso, entrarían en el juego del sistema y acabarían formando parte de él, pero imagínense que se les ocurriera fundar un partido cuyo lema fundacional fuera algo así como: “No vamos a gobernar nunca”. Es decir, un partido que se presentara a las elecciones, pero que no aceptara un cargo ni tan siquiera de concejal de urbanismo, por poner como ejemplo uno de mis sueños preferidos.

    Se preguntarán ustedes, personas poco doctas, ¿y qué puede hacer un partido político que no aspira a gobernar? Pues mucho, créanme, mucho. Para comenzar ocuparían escaños y concejalías que nos restarían poder a los que aspiramos a él. Sería una especie de pica en Flandes, que podría informar desde las mismas tripas del sistema a sus seguidores de lo que allí se cuece. Un partido que al no tener poder ejecutivo, difícilmente podría ser corrompido por las tentaciones y, un partido, en fin, que podría conseguir objetivos muy concretos, si con sus votos pudiera jugar de árbitro entre los que estamos dispuestos a cualquier cosa por tener el bastón de mando.

    Dirán ustedes, “ya, muy bonito, pero entonces ¿lo del sistema asambleario dónde se queda, si quienes votan al final serán también diputados y concejales?” Hombres de poca fe, pero si son la generación de Internet, del Twitter y del Facebook, si todo esto lo han iniciado en la dichosa red. Sería sencillísimo que los afiliados “al partido no partido”, pudieran decidir mediante el voto electrónico, lo que han de votar sus delegados. No digo yo en todos los casos, pero sí desde luego en los temas importantes. Sobre todo en los que deberían conformar su programa.

    Y sí, la respuesta a su siguiente pregunta es: sí, deben tener un programa aunque no gobiernen. Un programa con unos objetivos muy concretos, empezando por el cambio de la ley electoral. Les aseguro yo, que nos conozco bien que, si necesitáramos sus votos, les apoyaríamos en alguno de estos aberrantes objetivos.

    Escribo estas cosas y se me ponen los pelos como escarpias. Quiera Dios que sigan acampados y no se les ocurra salir nunca de las plazas de la utopía.

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