El fútbol arrasa por completo estos días en las audiencias televisivas y ocupa buena parte de los periódicos y de los programas radiofónicos, así como de los espacios en la red. El Mundial de Sudáfrica se impone mediáticamente, pese a que las muestras de buen juego hayan surgido más bien a cuentagotas: algo de una sorprendente Alemania mestiza para disgusto de los que defienden la raza aria, algunos minutos de España que continúa teniendo a los jugadores que mejor tocan el balón…
Todo ello en medio de unas superiores dosis de mediocridad y planteamientos rácanos, los de los que hacen todos los esfuerzos para no perder y consideran que la estética forma parte de los pecados capitales.
El fútbol, el Mundial, es el tema de comentario en tertulias y bares, como si por unas jornadas quisiéramos escaparnos de la crisis y sus dolorosas consecuencias para nuestras vidas. Circunstancias, como el galopante paro y la creciente pobreza, que no solventarán los pases de Xavi, la habilidad de Iniesta ni los goles de Villa, pero menos da una piedra. No pienso arrepentirme ni flagelarme por disfrutar de este deporte y su belleza.
Escuchando con atención las retransmisiones por los más diversos canales podemos observar la gran cantidad de entrenadores potenciales que se encuentran tras cada micrófono, expertos en tácticas y estrategias variopintas. Todos llevamos un entrenador dentro.
Y, también, las mismas desnudan el comportamiento forofo de buena parte de los periodistas, que pasaron por alto el posible fuera de juego en el gol de Villa ante Portugal (la acción no mereció si quiera ser repetida adecuadamente) o la injusta expulsión del jugador chileno en la jugada del segundo gol de España al país andino. Si llega a ser al revés son capaces de pedir la ruptura de relaciones diplomáticas con el país del que procede el árbitro responsable del desaguisado.
En el partido contra las huestes del desaparecido Cristiano Ronaldo (el escupitajo al cámara es lo que pasará a la historia de su miserable actuación, que confirma su egocentrismo, inmadurez profunda e incapacidad para ser parte de un colectivo) aluciné con los presentadores de Telecinco, empeñados en exigir la presencia en el terreno de juego de un Jesús Navas que lo hizo rematadamente mal en el encuentro contra Honduras. Y a quien una parte de la prensa española ensalzó injustamente: no dio un buen centro en todo el partido.
La selección que nos enamoró hace dos años sólo ha aparecido en contados momentos. Y algunos prefieren predicar el regreso a la épica y dejar el buen juego para otras ocasiones, como si fuera incompatible jugar bien y ganar. Más bien sucede lo contrario, como han demostrado el Brasil de Pelé o el Barcelona dirigido por Guardiola.
Si la apuesta es por la furia, por la raza, qué horror, me borro del mapa y me dedicaré a animar a alguna selección que apueste por el buen fútbol y nos haga disfrutar.
Debe ser un problema de escaso patriotismo.
Enrique Bethencourt
Nos mudamos de sitio
Hace 10 años
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