miércoles, 19 de mayo de 2010

Las cabras se comen los brotes verdes

Estoy dispuesto a reconocer que las zapateriles medidas contra la crisis han llegado con retraso de chuchango; y con una salsa mucho menos sabrosa de la que suele acompañarlos en nuestros platos en bochinches y restaurantes.

Porque de haber congelado los sueldos públicos, incluidos por supuesto los de los políticos, en los Presupuestos Generales del Estado de 2009 (cuentas públicas en que, sorpresiva e irresponsablemente, los subió más de un 3%) y en 2010 (esta vez con un incremento más suave, un 0,3%), tal vez se hubiese evitado la actual rebaja del 5%, que encabrona mucho más al personal, que maldice al presidente y amenaza con no votar a los suyos hasta que la UD o el Tete ganen la ‘Champion league’.

Y, como no, a destacar que el muy despistado presidente, cometió el gazapo de olvidar en su comparecencia en el Congreso de los Diputados el anuncio de algunas medidas dirigidas a la banca o a las grandes fortunas. Por pequeñas e insignificantes que fueran. Sólo por un efecto psicológico sobre la ciudadanía, moralizante si lo prefieren; y para no romper tan bruscamente su imagen socialdemócrata, sus resistencias a los cantos de sirena empresarial sobre las bondades del despido libre, su empeño en no contribuir al retroceso del Estado del Bienestar.

Coincido, también, en que Zapatero, por actuar a última hora como un galgo, probablemente cediendo a presiones externas, realizó un mal cálculo al congelar buena parte de las pensiones (quedaron fuera las mínimas y las contributivas), con modestos efectos económicos para las arcas del Estado y, sin embargo, con la penosa impresión de que se ceba con un sector vulnerable que las pasa canutas para recorrer dignamente los últimos años de sus vidas.

Me preocupa, asimismo, la reducción de las inversiones públicas en más de 6.000 millones de euros y que esta y otras medidas (o su ausencia, caso de las revisiones de impuestos) pinten un panorama en que las cabras se van a comer los escasos brotes verdes, una situación en la que va a ser casi imposible generar nuevos puestos de trabajo, prolongando en el tiempo la salida de este largo y oscuro túnel.

Todo eso y más. Ahora bien, a lo que no estoy dispuesto es al repetido discurso de muchos analistas, algunos pertenecientes al ‘mester de progresía’, que insisten en que las medidas de Zapatero machacan a los sectores “más débiles de la sociedad”.

Porque, aunque busquen el aplauso fácil de sus lectores u oyentes, los funcionarios no lo son. Sin que eso suponga desmerecer su tarea, esencial en una sociedad desarrollada y clave para nuestra calidad de vida, porque a menudo se olvida que no son sólo oficinistas, sino también médicos, maestros, bomberos o policías. Pero están lejos, bastante lejos, de ser el eslabón más endeble de la cadena.

Porque los sectores más débiles, a enorme distancia, son los cuatro millones y medio de parados de España, 300.000 en Canarias (el 28% de su población activa), y de manera especial los que han perdido o están próximos a perder las prestaciones por desempleo. Con el añadido de que una buena parte de ellos nunca volverá a encontrar empleo. E incluso, ampliando la horquilla, las decenas de miles de trabajadores privados que viven día a día al filo de la navaja y que no tienen la menor garantía sobre la continuidad de sus empresas y de sus empleos; y que en muchos casos han visto reducidos sus sueldos en más de veinte puntos.

Unos sectores tan débiles, tan insignificantes, tan desamparados, tan invisibles, tan nada, que no han merecido un homenaje en un ‘manifestódromo’ ni la convocatoria de una huelga general.


Enrique Bethencourt

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