lunes, 4 de enero de 2010

El éxito de la DGT

Entre las políticas que parecen caminar por la buena senda se encuentran, sin duda, las aplicadas en los últimos años por la Dirección General de Tráfico. Rompiendo una inercia irresponsable, la de acostumbrarnos resignadamente a cifras disparatadas de accidentados en las carreteras, como si de algo natural se tratara, hemos pasado a una disminución más que significativa de fallecidos y heridos en nuestras carreteras.

El Gobierno de Zapatero ha acertado plenamente en este asunto, y hay que reconocérselo.

A ello ha contribuido una inteligente combinación de campañas informativas con medidas punitivas. Entre estas últimas, las más relevantes la implantación del carné por puntos –y, por tanto, la posibilidad de que los infractores graves o reincidentes se queden sin poder conducir legalmente- y la modificación del Código Penal que incrementa las penas para los asesinos del asfalto, en mi opinión de modo insuficiente, aunque con el valor de cambiar el anterior panorama en que los atropellos mortales por exceso de velocidad o de sangre en el alcohol, más que alcohol en la sangre, se saldaban con la total impunidad de sus responsables.

Considero que es preciso seguir por esa línea, porque es absolutamente intolerable la manera en que aceptábamos las elevadas cifras de accidentes, con consecuencias terribles para sus víctimas directas y sus familiares, así como elevados costos para las arcas públicas en forma de asistencia sanitaria y pensiones. Resulta curioso comprobar la cantidad de gente que tiene pánico a volar en avión y, sin embargo, se encuentra tranquila en las mucho más peligrosas calles.

En ese sentido, es preciso continuar con las campañas divulgativas, por muy duras que parezcan algunas de ellas, con el castigo ejemplar a quienes convierten el automóvil en una de las más peligrosas armas y, por supuesto, con la mejora del estado de las carreteras y de los niveles de seguridad de los vehículos.

Y para cerrar el círculo es imprescindible que gane peso el transporte público frente al privado, reduciendo los actuales e intolerables niveles de derroche en combustibles fósiles y la consiguiente contaminación, más en un territorio limitado como el canario.

Ganando espacio en las ciudades para los peatones, haciendo unas urbes más amables y en función de las personas, no de las máquinas de cuatro ruedas. Rebajando la actual dependencia, casi patológica, hacia el automóvil.

Les aseguro por experiencia que se puede vivir perfectamente sin él. Y, además, el transporte público (que es cierto que tiene mucho que mejorar en nuestras Islas, aprendiendo de las experiencias europeas de movilidad sostenible, combinando guaguas, taxis y trenes) posibilita disfrutar del paisaje y del paisanaje, y hasta permite leer el periódico o un libro.


Enrique Bethencourt

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