domingo, 15 de marzo de 2009

Armonía en las aulas

Los casos de maltrato entre alumnos en los centros educativos, por muy esporádicos que sean, adquieren una gran relevancia social. No en vano los mismos afectan a pibes y pibas en la etapa de formación de su personalidad, y pueden producir graves daños psicológicos e incluso fatales consecuencias como desgraciadamente hemos podido conocer a través de los medios de comunicación.

Según los datos contenidos en el último informe del Defensor del Pueblo, y en relación a la enseñanza secundaria, un 27% de los estudiantes asegura que sus compañeros les insultan, un 26% señala que han sido rebautizados con un mote de carácter ofensivo, un 6% reconoce haber recibido amenazas y un 3,6% manifiesta que ha recibido palizas por parte de sus colegas de estudios.

Desgraciadamente no es un fenómeno nuevo. En las aulas de los años setenta del pasado siglo también se producía ese maltrato entre iguales. Recuerdo casos de acoso al más débil u otros de rechazo por la orientación sexual del chico e incluso por diferencias religiosas. Y en cuanto a los nombretes, en mi clase de bachillerato convivíamos El Chino, El Loro, El Aspirina, El Canoa y El Batuta, entre otros sobrenombres asignados a los pocos días del primer curso juntos.

Hoy los centros educativos son más diversos. En ellos se forman chicos y chicas de diversas procedencias nacionales, de distintas etnias, de variadas religiones. Y, por mi experiencia, por el conocimiento de la situación de mis hijos en un colegio público de infantil y primaria de Las Palmas de Gran Canaria, al menos en esta etapa educativa existe un buen nivel de convivencia y los problemas graves son muy puntuales y están generalmente vinculados a situaciones familiares y socioeconómicas que trascienden al ámbito estrictamente escolar.

Las confederaciones de APAs, profundas conocedoras de la realidad de los colegios e institutos, señalan que hoy existe “una mayor sensibilidad social hacia todas las formas de violencia, lo cual es un signo de madurez de nuestra sociedad. No hay más casos de violencia escolar que hace una década, a pesar de que quizá se hayan podido incrementar los episodios de indisciplina y falta de respeto”.

En cualquier caso es preciso apostar decididamente por la prevención. Y cuando se producen casos del conocido internacionalmente como bullyng, intervenir adecuadamente para recuperar a las víctimas y su dañada autoestima; y, también, para reeducar a los maltratadores, que construyen un yo en el que todo vale, en el que no existen reglas ni ética alguna. Sin olvidarnos de los espectadores, los que miran y pasan ante situaciones injustas y humillantes, alimentando una insolidaridad salvaje. Y todo ello nos obliga a hablar de valores, de tolerancia, de respeto a la diferencia. Tal vez, de Educación para la Ciudadanía.

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