sábado, 8 de diciembre de 2007

Silvio, nuestro Bob Dylan

Asistí al concierto de Silvio Rodríguez en Telde, uno de los últimos de la actual gira que puede constituir su despedida de los escenarios tras más de cuatro décadas de fructífera carrera musical. Rememoré la primera vez que lo vi y escuché, junto a Pablo Milanés, en el teatro Pérez Galdós, en el año 1977, hace treinta años, cuando Canarias y España se encontraban en los primeros pasos de una transición que alimentaba grandes esperanzas de cambio, aunque aún se soportaban los coletazos criminales y las resistencias del régimen franquista.

A pesar de algunos fallos organizativos e incomodidades, su actuación del viernes 9 en Gran Canaria alcanzó muy buen nivel, con un excelente grupo de esa inagotable cantera instrumental cubana, en el que sobresalió Niurka González (flauta y clarinete). Y con un cantautor al que se le podía escuchar con nitidez su voz, que no es la de hace tres décadas, pero que ha sabido conservar en muy buenas condiciones.

Tuve la oportunidad de entrevistar a Silvio en La Habana en el verano de 1992, cuando Cuba sufría las consecuencias del derrumbe de la Unión Soviética, en medio del período especial y el completo aislamiento de un país cercado y a pocas millas del gendarme del universo. Y cuando, una vez más, y como señala Eduardo Galeano en su libro Fútbol, a Sol y Sombra, “fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de horas”.

En aquella ocasión, el cantante de San Antonio de los Baños se mostraba confiado en que la Revolución sabría superarse y buscar su lugar en el mundo tras la desaparición del socialismo real, que resultó ser poco de lo otro y casi nada de lo uno. Y no renunciaba a seguir trabajando por unas sociedades más igualitarias y más a la medida de los seres humanos.

“Tengo pruebas de que la gente sigue respondiendo a la solidaridad, sigue respondiendo a los principios, de que no todo el mundo está mercantilizado… Es un milagro maravilloso, es la condición humana que se rebela por más que la sociedad se haya retorcido, que los sistemas hayan retorcido el carácter del hombre, por debajo de todo eso está la condición humana luchando para salir”, me aseguraba, mientras compartíamos una botella de ron ‘paticruzao’, en la entrevista realizada una tarde habanera de septiembre, y que luego se publicaría en el primer número de la revista Disenso.

Dice Mario Benedetti que “Silvio es un poeta que canta, y más aun, es uno de los poetas más talentosos de su generación”. Comparto esa visión de don Mario y no tengo la menor duda de que Silvio es uno de los cantautores más brillantes en español, comparable en su relevancia y en su influencia sobre otros autores, y en la calidad de su producción literaria, con el laureado Bob Dylan.

Por eso, creo que la fructífera trayectoria del autor de Unicornio, Te doy una canción, Óleo de mujer con sobrero, El papalote, La maza, El sol no da beber, Ángel para un final, La era está pariendo un corazón, Escaramujo, Canción del elegido o Como esperando a abril, merece, ni más ni menos que Robert Allen Zimmerman, el reconocimiento del Príncipe de Asturias de las Letras.

Silvio Rodríguez es, sin duda, nuestro Dylan.

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