La pasada semana Alemania y el mundo conmemoraban, con presencia de numerosos líderes políticos europeos y de Obama, a través de un video, el veinte aniversario de la caída del Muro de Berlín, que abrió las puertas a la unificación alemana, pese al visceral rechazo de la entonces primer ministra británica Margaret Thatcher y el poco entusiasmo mostrado por otros estados europeos.
Fue, sin lugar a dudas, un episodio de enorme simbolismo en el proceso de derrumbe del bloque soviético, que culminó con la propia desaparición de la URSS pocos años después. Y la constatación del fracaso del denominado socialismo real.
Transcurridas dos décadas, la transición de aquellos estados totalitarios -y de economía estatalizada- a democracias capitalistas se ha saldado de forma distinta en las diferentes naciones de Europa del Este.
Y el profundo embate de la crisis económica en el último período no ha hecho más que radicalizar esas circunstancias, como muestran las recientes encuestas en las que se vislumbra el incremento del escepticismo e incluso la añoranza del pasado régimen por parte de significativos segmentos de su ciudadanía.
Los procesos, como digo, son muy desiguales. Frente a democracias en proceso de consolidación aparecen estados donde el autoritarismo y la corrupción tienen un enorme peso en la vida política y económica. Las desigualdades sociales persisten y el avance de la pobreza es caldo de cultivo para nostálgicos del comunismo, pero también para la presencia de grupos racistas y de extrema derecha.
El entusiasmo europeísta también es cuestionado por algunos de los que se han integrado en la Unión Europea, como hemos observado con las enormes reticencias que ha puesto la República Checa para adherirse al Tratado de Lisboa.
Sólo lo ha hecho, a regañadientes, a última hora, y después de forzar a que se le hicieran concesiones como quedar al margen de la Carta de Derechos Fundamentales, para evitar posibles reclamaciones económicas de alemanes expulsados de la antigua Checoslovaquia tras la Segunda Guerra Mundial.
Un ejemplo del desencanto lo tenemos en Letonia donde las grandes esperanzas en el capitalismo comienzan a desmoronarse, conforme lo hace la calidad de vida de la población, con un significativo incremento del desempleo y terribles recortes en educación y sanidad, en torno al 40%, en un país que está situado al borde de la bancarrota.
Sirva como ejemplo que las urgencias sanitarias en los hospitales de su capital, Riga, sólo abren al público los días pares, como lo leen, no es broma, tras reducir más del 50% el personal médico y de enfermería, como reflejaba un reciente reportaje de Euronews. Espero que José Manuel Soria y Mercedes Roldós no se apunte a bálticos y terminen emulándolos; capaces son.
De todos modos, reconocer las contradicciones, los avances insuficientes, las debilidades e incluso las frustraciones de ese proceso de tránsito hacia democracias capitalistas no debe impedir celebrar el fin de sociedades que impedían las libertades, no garantizaban la equidad de su gente y tampoco constituían un ejemplo ni en funcionamiento económico ni en respeto al medio ambiente.
Y, asimismo, no debe hacernos olvidar que quedan muchos muros pendientes de derribar: los de la pobreza, el racismo, la intolerancia, el fanatismo religioso, la desigualdad entre hombres y mujeres…Como en la vieja canción de Taller Canario, “que se caigan también esos muros también; que allí estaremos todos para verlos caer”.
Nos mudamos de sitio
Hace 10 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario